Una amiga le dijo: Puede ser la persona, pero no el momento. Ella suspiró, se perdió en el recuerdo de sus manos y su voz.
Recorrió cuadro por cuadro el movimiento de su mano izquierda retirándose los lentes antes del beso de reconocimiento.
Cada encuentro era el primero y el último. Ella ya no necesitaba repetirse que era momentáneo, que no pertenecían.
Para ella era una obra de teatro: el mismo libreto, pero cada representación única e irrepetible.
Él soliloquiaba en voz alta sobre lo que no debía ser. Ella lo contemplaba mientras tanto, sonreía porque no debía ser y era.
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