Mis
alumnos escriben hojos y mis ojos lloran. Me dicen en el examen: maestra, su
crucigrama está mal, es autoretrato, le sobra una casilla. Ni Wittgenstein con
su “El significado de una palabra es su uso en el lenguaje” me consuela. Soy
una especie en extinción que realmente cree que los “límites de mi lenguaje son
los límites de mi universo” y por eso es mi cruzada personal el que los jóvenes
aprendan cuanto lenguaje sea posible.
El
21 de febrero se celebró el Día Internacional de la Lengua Materna que nos recuerda el asesinato de estudiantes que se manifestaron para
defender su lengua Bangla en Pakistán en 1952. Es una fecha que nos permite
reflexionar sobre el porqué es importante el lenguaje en nuestra vida.
Hay
quien puede pensar que la escritura o su uso hablado de la lengua no define sus
capacidades laborales, de aprendizaje o socialización. Sin embargo, un artículo
en Harvard Business Review nos enfatiza que “la gramática es más que la
habilidad de una persona para recordar su clase de lengua en el bachillerato.
Las personas que cometen menos errores al escribir, comenten menos errores al
realizar cualquier actividad. También los programadores que prestan mayor atención
a como construyen su lenguaje escrito tienden a ser más cuidadosos al escribir código.
Escribir es fijarse en los detalles y en los negocios eso lo es todo. Quienes
piensan que escribir no es importante suelen pensar que muchas otras
actividades tampoco lo son”.
Usar
una lengua y cuidar sus reglas no es ir contra la creencia de que el lenguaje
está vivo y muta con las sociedades, con el tiempo, con el uso cotidiano, eso
es inevitable, es parte de la belleza de las lenguas; pero conservar sus reglas
es resguardar el consenso que permite el intercambiar palabras y entendernos
por escrito u oralmente. Conocer una o varias lenguas es tener la posibilidad
de aprehender el mundo desde distintos ángulos, visiones o ideologías. Las
lenguas son códigos que buscan nombrar la realidad para intercambiar o tener
punto de contacto con el otro.
En
una época tan virtual y globalizada como la nuestra no está de más recordar que
nuestro uso de la lengua en las redes sociales es nuestra carta de
presentación, las personas nos juzgan por no saber la diferencia entre haber y
a ver; iba e iva; vaya, valla y baya. Seguramente hasta hemos colocado en
nuestro Facebook alguna postal alusiva a las reglas de nuestro idioma.
La
lengua nos acompaña desde antes de nacer, escuchamos la voz de nuestra madre en
el vientre como música, la cadencia de nuestra lengua materna es parte de nuestras
primeras aproximaciones al mundo.
En México se hablan
72 lenguas originarias de solo 11 familias lingüísticas y 364 variantes
dialécticas de acuerdo con el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (INALI). En
Guanajuato hay 14 mil 835 personas mayores
de 5 años que hablan una lengua indígena, lo cual representa menos del 1% de la
población en nuestro Estado. Las lenguas indígenas con mayor número de
hablantes, según datos del Censo
de Población y Vivienda 2010, son el
Otomí con 3,239 personas; el
Chichimeca con 2,142; el Náhuatl con 1,264 y el Mazahua con 818 hablantes.
Dentro del Estado, la ciudad con mayor número de hablantes de lenguas indígenas
es León.
Hablemos Chichimeca,
Náhuatl, Español, otra lengua, o varias lenguas, mantenerlas vivas va más allá
de escribir libros con traducciones para que otras generaciones las recuerden,
es reconocer el paradigma de conocimiento y acercamiento a la vida que nos
ofrecen. Cuando desaparece una lengua, perdemos una cosmovisión. La diversidad
de lenguas es también diversidad de universos.
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