En una ciudad como la de México un héroe es quien respeta los señalamientos de tránsito. Bajando por el pueblo de Santa Fe, cerca del distribuidor de San Antonio un Atos tuvo la osadia de cerrarme el paso. Frené más por el susto que me causó la valentía del conductor, que porque su arma mortal me pudiera causar algún daño. ¿Será que sabe que todos evadimos los atos por temor a causarles daño y por eso se avienta como si trajera un trailer de doble remolque? Tal vez de ahí proviene su fuerza para cruzar carriles entre camiones, camionetas y mi estupefacta cara.
Dos metros más adelante, después de que utilicé mi direccional para indicarle al Sr. Atos que tenía que tomar la derecha, se me volvió a cerrar impidiéndome el paso. Ahí enfurecí, pasarte la salida en el DF representa una pérdida de tiempo y para mí un rezo inmediato a San Guía Roji. Frené abruptamente para ver si el Atos se alejaba y por fin podía incorporarme a mi camino. Llegamos a un alto y el Atos estaba a mi lado.
Lo inesperado en ciudades como ésta es que alguien se de cuenta que existe otro alguien. La abstracción de la vida es como el secreto de la supervivencia en las metrópolis, así que ver que un hombre discute por ti con el Sr. Atos es surrealista.
De entre la basura y varios uniformes naranjas, desde lo alto de un camión, un joven manchado de la cara le gritaba al Sr. Atos: ¿Qué no la ves? Te puso la direccional, te le cerraste allá arriba y ahora no la dejas pasar. ¿Qué te pasa? más respeto con la señorita. No seas cabrón además traes un Atos.
El señor Atos se enojó. Y movió los brazos alebrestado. Mi héroe continuó mi defensa: Cálmate wey, que si necesitas clases de tránsito me bajo y te explico. Yo reía. Volteaba a ver a ese chico de la basura y pensaba ¿por qué hace esto? Seguro es porque es divertido gritarle a un Atos, pero por qué me defiende. Sus compañeros en el camión de la basura también se reían.
De pronto mi héroe me interpeló: estás bien linda y este animal se te cerró por bruto, no te apures, ya lo arreglé. Gracias, grité sacando mi cabeza por la ventanilla. Recibí un beso en el aire y reí. Avanzamos.
Vi que el camión tomaba otro rumbo así que agité mi mano despidiéndome de mi héroe insólito. No sólo protege señoritas de conductores que no leyeron el manuel del buen conductor, sino además embellece la ciudad todos los días al despojarla de la basura que dejan los que no leyeron reglas de urbanidad para dummies.
Otro alto y me quedo pensado en el nombre de ese héroe de armadura manchada y sonrisa blanca. No se apure señorita yo la defendí, es la frase que me regresa a la realidad y lo veo parado al lado de mi auto. Muchas gracias respondo. Es que no se vale -sigue- usted necesitaba pasar y el otro se metió así no más. Le hubiera gritado. Termino diciendo: Ya lo hiciste por mí, gracias de nuevo. El verde pone fin a este encuentro. Intercambiamos nuestros nombre, nos damos un apretón de manos y un beso en las mejillas. Nadie pita, sorprendentemente. Avanzo con una sonrisa, su nombre es mi destino, mi signo de protección masculina, su nombre es Alberto.
2 comentarios:
Jules, que historia más reconfortante, pensar que en el llamado octavo círculo del infierno (provincianos dixit) te encuentras con alguien así.
La última línea me causó un escalofrío. Es bueno conocer esos símbolos protectores y observar que permanecen en la vida.
Gracias por las letras jules, muchos besos.
Siempre hay un talismán Criss y anoche soñé con él. Un encuentro en un avión, un pacto de amistad eterno. Saludos reina, ya te quiero ver.
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