Por Julia Cuéllar
El aire inflaba mi vestido, me convertía en un globo aerostático impulsado por los fuertes brazos de mi tío. Mi falda floreada y sus múltiples holanes subían y bajaban. Mi risa se extendía más allá del azul celeste y yo volaba.
Me crecieron los pechos y las caderas, me volví un ser de tierra que debía tener las piernas juntas. No más faldones, minifaldas, no más princesas, era una lacaya, no más unicornios, peceros y metro.
Los príncipes azules eran sapos que ni siquiera me atrevía a besar por temor a que su aliento pestilente me robara el poco aire que habitaba en mis pulmones. ¿Por qué mis pulmones no eran propulsores que me incorporaran al cielo?
Mi madre, mejor conocida como la bruja del valle, insistió en resaltar la finura de mis rasgos faciales con un corte de pelo a la Jackie Kennedy. Yo quería ser Rapunzel, si ya ni mi cabello podía sentir el aire, decidí que sería cantante, así al menos mi voz volaría.
Mi voz me abandonaba y yo seguía plantada en la tierra. Qué triste es ser un árbol, tus pies están enterrados y tu cabellera es acariciada constantemente por el aire y por más que el cabello se levante estás condenada a no moverte por la profundidad de tus raíces. Lloré por el árbol podado que era.
Deberías escribir un diario -sentenció mi madre cuando me encontró estirándome hacia el cielo en medio del jardín, en un afán inútil por volar- las mujeres transitamos muchos mundos y es mejor escribir que andar llorando como tú. Una pesada libreta de hojas amarillas fue depositada abruptamente en mis manos. Una ridícula pluma fuente disfrazada de una inmaculada pluma de ave aterrizó sobre la libreta.
El baile es otra forma de volar, pero las luces del teatro son malas imitadoras de los rayos del sol y los brazos de los bailarines no me hacían reír, ni me impulsaban alto. Me sentía como Alicia, atrapada en una casa y sin una pastilla que me volviera pequeña.
De niña robé las plumas de las almohadas y me confeccioné unas alas que me ocasionaron moretones, al igual que los columpios y mi afán por saltar de ellos. Viendo los atardeceres me preguntaba si algún día volaría de nuevo.
Inicié mi diario y en las letras encontré otra forma de volar. Las palabras se convirtieron en mis mejores amigas y un día que bailaba, cantaba y escribía volé como niña. El cemento me pareció una hoja en blanco esperando la caricia de la tinta, mi balcón fue la pluma y yo la letra impresa. Fui Ícaro, morí por volar.
2 comentarios:
Pocas veces he leído un texto parecido a este, la hermosura de tus letras impacta, pocas veces leí una experiencia de vida que me resultara al menos interesante, escribes magnificamente... mil aplausos para ti.
Tu texto me alegro la noche, neta!!!
Es lo mas chido que he leído en estos últimos días....
Muchas gracias por las flores, qué bueno que te gusto. Quise olvidarme un poco de la influenza y volar. Luego subo otros, ojalá te gusten.
Saludos.
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