23 jun 2010

DE ASISTENTE A MAESTRA

Las penas con pan son menos, llevo tres conchas. No me arrepiento de mi decisión, nunca dudé, sin embargo, duele. Es lamentable que en este país el proyecto de vida de una mujer sea incompatible con lo profesional.

Entre mi hijo y el trabajo, pues elijo a mi hijo. Y seguro lo eligen millones de madres mexicanas, pero tienen que trabajar y su elección no importa, se impone la nacionalidad, porque si fueran francesas, austriacas o inglesas, otra sería su realidad. Dinero para el recién nacido, asistencia en el hogar, un año para estar con su hijo y seguridad laboral. Aquí, 42 días después del parto y eso quienes cuentan con seguridad social. Aquí, un hijo implica separar el ser madre del ser profesionista. Nos dicen que es incompatible y no lo es, pero hay que aprenderlo creativamente, inventarse trabajos, sacarse horas de la manga para estar cuando ríe, cuando camina, cuando nos dice mamá. Hay quienes tienen que quitarse el miedo, estirar los ahorros y renunciar. Hay quienes no tienen ese privilegio.

A mí me duele renunciar porque me gustaba lo que hacía, pero difruto más lo que hago ahora, acompañar a mi bebé 24 horas al día. Pero estoy triste porque no quería renuciar, sólo necesitaba un tiempo, pero en México no existen esos tiempos. Así que hay que inventárselos y en eso estoy, bordando meses que cubran la formación inicial de mi hijo, meses para darle fortaleza emocional, meses para disfrutarme como madre.

Triste por tener que descolgar unos cuadros, feliz por poder hacerlo.

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