Por Julia Cuéllar
Rolando me persiguió toda la noche entre las sábanas. Era un juego. Debíamos escondernos lo mejor posible dentro del límite de la cama y después correr para no dejarnos alcanzar. Yo era la que mejor se escondía, él quien mejor narraba. El que fuera descubierto debía crear una mini ficción, después escapar y esconderse de nuevo. Si pasabas 5 minutos en tu escondite podías salir y tomar por sorpresa a tu contrario, sería su turno de narrar y ocultarse.
Rolando contó que una mujer de rizados cabellos enredó a su amante entre ellos para poder dejarlo libre en el agua de la regadera y sentir su caída como caricia cada mañana.
Yo dije que un hombre de ojos saltones atrapó las letras de doscientos abecedarios con un parpadeo. Caminó con los ojos cerrados hasta las manos de su amada donde abrió los ojos para que ella ordenara a su antojo el universo del lenguaje.
Rolando narró también que existió un hombre de inmensa sabiduría porque conservó a su lado el corazón de una mujer, los sueños de una niña, la duda de una adolescente y el sazón de una anciana.
Platiqué que cuando la libertad y el amor se unieron produjeron un hijo, la paciencia.
Rolando rió con ese último cuento y me dio un beso. Corrí a esconderme. Pasó cerca de mí, lo olí. Enredada entre pliegues verdes imaginé el siguiente relato: Una mujer que recostada sobre el pasto hacía de cada uno de sus poros orejas para recibir los chistes del césped.
Le salí de sorpresa a Rolando, me le colgué de la espalda y rodamos por dobleces de sábanas arrugadas de tantas persecusiones. Llegamos abrazados al final de la cama. De haber sido la mía hubiéramos sidos expulsados del juego porque no acostumbro propiciar los besos entre la sábana y el colchón. Él sí cree en el amor, por eso no caímos al precipicio. Los dos comenzamos un cuento.
3 comentarios:
Un texto surrealista... me gusta. Libre de toda control de la razón, de moralismos.
Gracias.
Me encanta lo libre de las lineas, lo dulce y natural de la prosa. Gracias por regalarme esas imagenes implasmables.
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