Declaran
su amor en tuiter, se ponen el cuerno en FB, esperan su documentación para
regresar a su origen y después volver ahí, donde esperan.
Mientras
se tocan, no hay nada más qué hacer. Ojalá solo se tocaran el cuerpo pero las
ideas son virus que no dejan de reconfigurarse y saltan
Se
desconocen en lo público y lo privado no existe, carecen de identidad. Son
cuerpos ocupando plazas, sin voz, sin voto.
Ni
siquiera se atreven a amarse entre sí porque están de paso, una transición
demasiado larga para considerarla como tal.
Nada
existe hasta que es nombrado y por eso evitan nombrarse, piensan que siendo
aire no se dañan los corazones.
Creen
que el desapego es negar que se conocieron. Imaginan que ir a casa da sentido,
dirección, pertenencia.
Son
incapaces de reconocer que son turistas que visitan un lugar conocido, pero no
son quienes partieron, ni es su casa. Jamás se vuelve.
Eso
que niegan es lo que son, ese encuentro de ideas, pieles, confusión, ese
renombrarse cada día, ese nuevo concepto de ser en las redes.
Estar
sin estar, pero evidenciar que estás con fotos, mapas, palabras.
Ser
avatares reconocibles, pero inmutables ante el gozo, el insulto, el
desconcierto.
Están
ahí, las ideas se mezclaron, se despiden con un beso. Creen que un plástico los
protege del otro.
El
otro, ese espejo que regresa lo que nos negamos a ver.
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