20 abr 2009

Panóptico

Por Julia Cuéllar

La caja idiota se rompió de noche liberando sus demonios. Chispas azules, rojas y metálicas surgieron imitando el movimiento de las hadas. Drácula apareció vociferando ¿qué pasó aquí?, le siguió medusa y un duende chillón que rascándose los ojos preguntó: ¿mi hermana está bien?

Parpadeé y frente a mí aparecieron muchas puertas rojas y el sonido persistente de un generador eléctrico. Pensé en estirar mi mano para abrir una puerta, pero ninguna extremidad respondió. Opté por mirar fijamente una entrada.

Aparecí en un espacio incoloro, inodoro y vacío. Unas burbujas gigantes comenzaron a perseguirme. Cada vez que una me tocaba yo sentía presión sobre mi, aunque no me dolía. Descubrí que era un mono de palitos, un dibujo elemental de un ser humano. Esquivé las burbujas y el piso se movió de un lado a otro cientos de veces, como una balanza que no termina de encontrar el equilibrio. Miles de toques sentí en mi pecho, en mis piernas, en mis brazos y en mi ojo izquierdo. De pronto mi voz sonó con distintos timbres y melodías, luego fui testigo de los nuevos eventos en una agenda y de los correos recién llegados, cada uno fue un pellizco en el trasero. Cobré conciencia, estaba dentro de un iphone.

Más guiños y transité por blogs, videos, chat rooms, podcasts. Me convertí en oso, anillo y ropa virtual, fui cualquier cantidad de regalos y encuestas viajando a la velocidad de la luz. Terminé mareada y al vomitar sólo expulsé links que iniciaron nuevos viajes.

Traté de concentrarme en mí, reconocer mi cuerpo, salir de la saturación. Regulé mi respiración. Imaginé el castillo de la bella durmiente, mi favorito de niña, el ruido del agua al caer de una cascada, el trinar de las aves, el cabalgar de un caballo con un príncipe en su lomo, una rueca, tres hadas y un beso de amor infinito. Desperté.

La televisión seguía ahí, rota en medio de mi habitación. Observé que mi librero sólo contenía un libro sobre cuentos de hadas y narraciones fantásticas. Lo tomé entre mis manos y comencé a leer, apenas sentí que mi cuerpo era absorbido por él, lo cerré con fuerza. Volví a abrirlo, leí, me transporté a parajes inimaginables, cerré el libro y seguí siendo yo. Dormí.

Las chispas cesaron. Yo abrazaba mi almohada y le respondí a mi hermano: Estoy bien. Giré para seguir durmiendo y la espina de una rosa me pinchó, mis labios tenían un extraño sabor a saliva masculina. Qué ridículo, las rosas y los príncipes no existen. Mañana cambiaré mi estado en Facebook: Pertenezco a la red, existo.

2 comentarios:

Enrique Rangel dijo...

Interesante viraje el de tu prosa. El tema es actual y la forma en que ligas lo contemporaneo con lo primitivo de la inercia existencial, me produce un guiño de placer mental.
Felicidades señorita cometa.

JULIA CUELLAR dijo...

Gracias Poeta maldito, jajaja.

Saludos.