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Desde ayer se aplica en la capital un avieso Reglamento de Tránsito Metropolitano, violatorio de la dignidad y los derechos humanos.
Asusta que la administración perredista de Marcelo Ebrard (político de obra y aureola progresista) haya llevado aún más a la derecha el fascismo sanitario de la Asamblea Legislativa del DF (y su escalofriante legislación contra fumadores), imponiendo algo que no aligera la circulación, pero extrema la persecución.
Por ejemplo, se fija una multa semejante a las mujeres que se maquillen cuando estén al volante y a los conductores que vayan fumando.
Si ellas, al tiempo que conducen fueran pintándose los labios o poniendo rímel, estarían en riesgo, sí, de provocar un percance que merece prevenirse. Pero, ¿y si lo hacen en un alto (o uno de los crónicos embotellamientos que la autoridad sigue siendo incapaz de resolver)?
¿Y por qué humillar saqueándoles 250 pesos a quienes fumen al tiempo que manejan?, ¿porque se distraen?, ¿porque el tabaquismo (como el alcohol y las drogas) es causa de accidentes?
¡A correr!
cmarin@milenio.com
Siempre me ha caído bien Marín, pero más de acuerdo no puedo estar, una mujer maquillándose en un embotellamiento o en un alto no es un peligro para la ciudad, es un acto de embellecimiento público y es una técnica para no perder los nervios en una trayectoria de 20 metros en un tiempo de 2 horas.
A mí me han quitado lo único que me mantenía concentrada en el volante a la hora del embotellamiento diario a Santa Fe. ¿Cómo es eso? Muy simple, soy una persona altamente distraida, cuando empiezo a hacer algo monónoto mi cerebro se queda en automático y empiezo a ocuparme de cosas más interesantes, divages literarios. Estar en automático a la hora de manejar es lo realmente peligroso, porque así no puedo reaccionar a las estupideces de los conductores aledaños a mi carro, dejo de pisar el freno y choco en un alto, o de plano puedo quedarme dormida del cansancio de subir y bajar Santa Fe a una velocidad de menos 10 km por hora y eso es literal, le voy a tomar una foto a mi velocímetro para que me crean los que no son del D.F. Así que manejar en el D.F. es una actividad monótona, que no implica riesgo, salvo porque cuando es momento de moverse todos se aperran como si mágicamente se fuera a despejar el camino y pudieran correr sus carros a más de 140 km por hora. Otra recomendación, no aceleren los autos, consumen gasolina, lo cual repercute en sus monederos y en el medio ambiente, total menos de un centímetro de distancia se puede avanzar únicamente con energía cinética. Ya sé que todos aceleran para ganarle al de al lado que se quiere meter a su carril, como si esa diferencia fuera a ahorrarles 45 minutos de su trayecto de dos hora, no, no ahorra nada, estresa y a veces bloquea a quienes simplemente van a dar vuelta. Que de hecho si se les permitiera dar vuelta no taparían el tráfico de todos los demás que esperan detrás.
Pero dejando mis filosofías del automóvil y el rendimiento eficiente del combustible, (ven que soy distraída y divago). Retomo mi pensamiento sobre lo terapéutico y eficaz del maquillaje en el auto para no morir de tedio o no matar a nadie. Maquillarse cuando se avanza a 10 km por hora o en semáforos que duran más de tres minutos es realmente fácil. Uno sólo tiene que apretar el freno y hacer movimientos rápidos con su intrumento de belleza sobre la cara. De hecho yo me maquillo así: Subiendo las águilas dejo que mi carro avance con la energía cinética y cuando es necesario presiono el freno (la mayor parte del tiempo)o el acelerador ligeramente. En esa subida los carros vamos uno detrás de otro y somos como vagones interminables de un tren, así que sólo hay que preocuparse de no chocar adelante o que no lo choquen atrás. Entonces en esa subida aplico la base del maquillaje y el corrector en los ojos, recuerden chicas, movimientos circulares y ascendentes, no queremos remarcar las arrugas. Luego más arriba de esa misma calle, pero en la zona de topes, a la altura del Superama, hago el delineado superior de los ojos, me enchino las pestañas y aplico el rimel. Ya en los puentes de Santa Fe, que básicamente son tres carriles de trenes con vagones multicolores y multitamaños, aplico el delineador inferior de los ojos, el blush y el glosss.
Así era como cada mañana llegaba a mi trabajo presentable, relajada y sin haber muerto de aburrimiento.
El maquillaje dentro del carro es terapéutico porque se dedica tiempo a uno mismo (algo muy difícil en ciudades como el D.F.), en lugar de ir mentando madres a los demás conductores o a Ebrard y sus obras perennes.
El maquillaje evita accidentes porque uno está DESPIERTO. Estar atento a la rayita del ojo, al carro de adelante, al de atrás, al de al lado, al semáforo y los alrededores, lo mantienen a uno consciente. Además uno sabe que sería una estupidez chocar por ir maquillándose, así que las precauciones se extreman para no provocar accidentes. Este multitask de hecho también es saludable, activa la memoria (calcular en qué semáforo y en qué calle es mejor qué secuencia del maquillaje); los movimientos psicomotores finos (delinear los ojos y el rimel); previene la artritis (repetición innumerable de movimientos en articulaciones de rodillas, codos, manos y dedos); se desarrolla ritmo (uno repite la secuencia de freno, cambio de estación de radio, volumen, maquillaje, canto desaforado, al fin nadie oye y lectura rápida del publimetro, hay que estar informado).
Estos son los beneficios del maquillaje, mujeres guapas,precavidas, saludables, e informadas.
Ni modo, nos cambian las reglas, pero no hacen nada para mejorar el tránsito, así que inventaremos otra forma de pasar el tiempo, qué tal leer una novela o cerrar los ojos y enlazar todos los carros antes de subir, o jugar ajedrez quizá. Porque en definitiva seguiremos haciendo el mismo tiempo y perderemos el paliativo.