13 feb 2014

Un amor legendario


Desde el 14 de febrero en que mi novio me dio un beso increíble (al menos para mí), después me cortó y justo esa noche conocí a un hombre que me cambió la vida, no he esperado por esta fecha con tanta emoción como lo hago hoy. Mañana se estrena la segunda temporada de House of Cards, una serie que tiene de todo menos amor, o una forma muy torcida de amor conyugal, que prefiero denominar pacto de lealtad más que de amor. En el día del Amor (acéptenlo, la amistad es una versión más del amor) sólo quiero estar frente al amor de mi vida: La Televisión.

Aunque desde pequeña soy adicta a la televisión, apenas en estos años de #ForeverAlone he descubierto que más que una distracción, mi tiempo con las series televisivas es superior al que paso con familiares y amigos. Tengo muchas posibles respuestas, pero la más reciente es porque mis tiempos de esparcimiento ya no coinciden con los de mis amigos reales y por muchas redes sociales, uno quiere la interacción, el contarse historias, el emocionarse por lo que resultará de la recomendación que se le hizo al amigo. En mi caso, la televisión ha resuelto ese hueco, esa necesidad de sentirme cómplice de historias, de viajar, de salir al café o al bar, de cuestionarme mis valores, mis ideas, mi realidad. 

Con los años uno se va haciendo selectivo, y tanto en la ficción como en la realidad, se requiere de grandes personajes, aventuras, historias con un ángulo interesante para mantenerse enamorado y haciendo citas para interactuar. Se requiere de guiones creativos, atrevidos. Se necesitan directores que apuestan por lo complejo, que creen en su público. Series que acerquen a la verdad que muestra la ficción, porque de pronto se puede estar rodeado por entes, zombies, con quienes se resuelve el mundo pero desconoces por completo. 

Netflix es el responsable de que mis afectos pasen hoy por la televisión. Desde el año pasado mi estado emocional depende de Walter White (Breaking Bad), Hank Moody (Californication), Amy (Enlightened) y Don Draper (Mad Men). Como menciona una postal que viaja por Facebook: Ni todos los libros son literatura, ni toda la televisión es basura. Estos personajes habitan en mí, me reflejo en ellos e indago sobre mí en sus historias, me conozco a través de ellos. 

En estos tiempos de hiperconexión digital, la televisión (el lenguaje televisivo) ha abandonado la sala, el cuarto, la casa, la llevamos en los bolsillos y se vuelve un amigo íntimo, con una historia extraordinaria para compartir, con una forma de enamorarnos que deseamos reunirnos seguido. Hay series que sorprenden a los espectadores porque constantemente los sacan de su zona de comfort, de sus hipótesis en la historia, de lo que habían aprendido sobre la televisión y sobre ellos mismos. De pronto te descubres compasivo frente a un narcotraficante o con ganas de matar a una mujer que medita. 

Muy a la Ted Mosby (How I met your mother) amo la búsqueda de la historia perfecta, el jugar con las posibles interacciones entre narraciones y sus efectos, el tener anécdotas para los más jóvenes. Así como él va hilando todos los hechos que lo llevaron a conocer a la madre de sus hijos, así las series televisivas audaces van contando el deseo por mirar desde otro ángulo, proponen formas de acercarnos a lo real y a lo imaginario. Crean identidad, viven en nosotros y se vuelven puentes para acercar a los prójimos lejanos: ¿Has visto esta serie? o para alejarlos aún más: No.

Lo cierto es que sé que no soy la única #ForeverAlone que ama la televisión, no soy tan especial. La televisión realmente me está educando en esto de moverme entre distintos ángulos de percepción de un hecho. Así que si no tenías ninguna razón para celebrar esta fecha de chocolates y rosas, te ibas a vestir de sarcasmo y dolor, o te ibas a disfrazar de intelectual y decir: es mercadotecnia, mientras por dentro llorabas intensamente por no tener a quien abrazar, no te agüites. Tansforma tu mirada. Abraza tu almohada, desvélate con la televisión y deja que tus historias favoritas te enamoren la mente.

Gracias televisión por enseñarme que mi próximo Barney Stinson además de nadador, joven y lector, tiene que ser adicto a ti. Sí, no necesito una aplicación busca parejas para saber que mis posibilidades de encuentro se van reduciendo exponencialmente. Ya por eso voy a comprarme un gato porque cada vez me parezco más a Penny (Mad Men) o a Caroline (Caroline in the city). Pero mañana nadie me quitará de la cabeza que ver el estreno de House of Cards acompañada de sushi y cerveza clara va a ser  legen...esperen, esperen... dario. 


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