Elena era su escritora fantasma, su
amante, su amiga. Siete años creyó amarlo. Lo mantuvo, lo cuidó en el hospital.
Escuchó sus atrocidades. Oyó sus glorias, incluso cuando fue descubriendo que
no eran verdad.
Un día llegó a casa. Estaba vacía, ni
un vaso con agua quedó. La luz de la ciudad entraba por el ventanal de la
terraza. Una hoja tirada en el piso: Me voy, ella es el amor de mi vida, tú mi
paz.
Elena salió a la terraza, dejó que la
ciudad llorara por ella. El amarillo del alumbrado público le recordó el sol,
la arena. El mar y sus olas vinieron a la mente con un trueno. Cerró el
departamento del quinto piso.
Elena bebe una piña colada frente al
mar. Un hombre se acerca: -disculpe bella dama, puede decirme cuál es el
protocolo para acercarse a usted. Elena ni siquiera intento no reírse. ¿Quién
habla así en tiempos de robos, abandonos y plagios intelectuales? -prosiga
caballero, el protocolo que usa es correcto-responde Elena siguiendo el juego.
Anochece frente a ellos.
Elena se mira al espejo, ese Carlos y
su protocolo la hacen sonreír. La pasó tan bien que olvidó preguntar lo básico:
estado civil. ¿Estado civil? ahora soy yo la rara siguiendo protocolos de
antaño, pensó Elena mientras revisaba FB, twitter, instagram y el blog de
Carlos.
Ahh, una prometida. Obvio, un hombre
así no anda suelto, qué afortunada, pensaba Elena cuando recibió un whatsapp: ¿me
permite otro atardecer?
Elena se descubre animada como
adolescente que recibe un beso. ¿Qué es otro atardecer? Piensa. Responde: otro
Elena espera recorriendo ansiosa su
sombrero por los dedos. Soy una infantil, se recrimina, vine a olvidar y…-Hola
dulzura- la voz de Carlos le acaricia la mente. Dialogar con él sobre
filosofía, literatura, música, pintura, parece irreal.
-¿Cuántos atardeceres nos quedan? - Interrumpe
Elena.
-No muchos, querida, estoy solo de paso
por aquí.
Elena desea contestar que ella también,
pero algo detiene su lengua. Empieza a creer que no se irá de ahí.
-¿Y cuándo es la boda?- Pregunta Elena
mientras Carlos habla de la diferencia entre lealtad y fidelidad.
- En dos semanas querida.
-¿Cómo supiste que era ella? ¿Cómo
sabes que es amor? -Inquiere Elena, quien ya había encontrado rutinario los
encuentros y esas cosquillas cuando pensaba o esperaba a Carlos. Rutina del
atardecer, pero suspiraba y odiaba a la luna. Carlos evadió la mirada y comenzó
un recuento de anécdotas vividas con su prometida. De cada una obtenía un punto
a favor. Elena escuchaba, inevitable pensar en su departamento vacío, en la hoja
con el intento de despedida, en el libro con la dedicatoria: para Elena, por su
amor incondicional. No supo si reír o dejar caer las lágrimas en sus ojos. Hoy
era obvio.
-Así que quieres que sea tu despedida
de soltero y yo quiero que seas mi bienvenida a la soltería.- declaró Elena
cortando el discurso de Carlos. Él la miró fijo y dijo: Ha sido maravilloso
conocerte, gracias por escucharme, este viaje estaba pesándome porque no tenía
con quien hablar. Elena percibía que el sol caía, después del beso, tenía que
haber al menos un beso, sería el último encuentro. Carlos pidió al mesero una
servilleta, hizo con ella una rosa.
-Elena, estos atardeceres fueron
nuestro tiempo y esta rosa un regalo. Lo efímero es bello. Escribe con tu
nombre, no eres un fantasma.
Elena colocó la rosa en el centro de su
nuevo hotel boutique con paquetes especiales para enamorados.
Sí hubo un beso, Carlos besó la mano de
Elena y ella lo abrazó. Fue el último romance en la vida de ambos. De vez en
cuando espían en las redes sociales el quehacer del otro. No interactúan, no
hace falta, ambos se imaginan felices, lo comprueban con las fotos. Elena nunca
dejó el mar y disfrutó todos los atardeceres, porque la rutina del amor es
efímera, pero queda el recuerdo, como una rosa que surge donde nadie lo
imaginó.
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