Logré sobreponerme a tu muerte simplemente porque me diste la vida.
-Julia Cuéllar (11 mayo 2008)
31 jul 2009
30 jul 2009
Muerte y resurrección
Después de que murió mi madre quise ser como tú, fría, razón, idea. Pero fui vencida por la implacable vehemencia de la piel.
-Abril 2008 Julia Cuéllar
-Abril 2008 Julia Cuéllar
29 jul 2009
SOÑAR
Corrió atrás de su sueño. Nadie le dijo que bastaba con cerrar los ojos para que el sueño la encontrara.
-Julio 2008, JC. (recuerdos de una vieja libreta)
-Julio 2008, JC. (recuerdos de una vieja libreta)
27 jul 2009
PROHIBIDO PROHIBIR
El eslogan de Mayo del 68 extendió al concepto de autoridad su partida de defunción y legitimó la idea de que toda autoridad es sospechosa. No destruyó el Estado, pero sí la educación.
Hace ya de esto algunos años vi en París, en la Televisión Francesa, un documental que se me quedó grabado en la memoria y cuyas imágenes, de tanto en tanto, los sucesos cotidianos actualizan con restallante vigencia.
El documental describía la problemática de un liceo en las afueras de París, uno de esos barrios donde familias francesas empobrecidas se codean con inmigrantes de origen subsahariano, latinoamericano y árabes del Magreb. Este colegio secundario público, cuyos alumnos, de ambos sexos, constituían un arco iris de razas, lenguas, costumbres y religiones, había sido escenario de violencias: golpizas a profesores, violaciones en los baños o corredores, enfrentamientos entre pandillas a navajazos y palazos y, si mal no recuerdo, hasta tiroteos. No sé si de todo ello había resultado algún muerto, pero sí muchos heridos, y en los registros al local la policía había incautado armas, drogas y alcohol.
El documental no quería ser alarmista, sino tranquilizador, mostrar que lo peor había ya pasado y que, con la buena voluntad de autoridades, profesores, padres de familia y alumnos, las aguas se estaban sosegando. Por ejemplo, con inocultable satisfacción, el director señalaba que gracias al detector de metales recién instalado, por el cual debían pasar ahora los estudiantes al ingresar al colegio, se decomisaban las manoplas, cuchillos y otras armas punzo-cortantes. Así, los hechos de sangre se habían reducido de manera drástica. Se habían dictado disposiciones de que ni profesores ni alumnas circularan nunca solos, ni siquiera para ir a los baños, siempre al menos en grupos de dos. De este modo se evitaban asaltos y emboscadas. Y ahora el colegio tenía dos psicólogos permanentes para dar consejo a los alumnos y alumnas -casi siempre huérfanos, semihuérfanos, y de familias fracturadas por la desocupación, la promiscuidad, la delincuencia y la violencia de género- inadaptables o pendencieros recalcitrantes.
Lo que más me impresionó en el documental fue la entrevista a una profesora que afirmaba, con naturalidad, algo así como: "Tout va bien, maintenant, mais il faut se débrouiller" ("Ahora todo anda bien, pero hay que saber arreglárselas"). Explicaba que, a fin de evitar los asaltos y palizas de antaño, ella y un grupo de profesores se habían puesto de acuerdo para encontrarse a una hora justa en la boca del metro más cercana y caminar juntos hasta el colegio. De este modo el riesgo de ser agredidos por los voyous (golfos) se enanizaba. Aquella profesora y sus colegas, que iban diariamente a su trabajo como quien va al infierno, se habían resignado, aprendido a sobrevivir y no parecían imaginar siquiera que ejercer la docencia pudiera ser algo distinto a su vía crucis cotidiano.
En esos días terminaba yo de leer uno de los amenos y sofísticos ensayos de Michel Foucault en el que, con su brillantez habitual, el filósofo francés sostenía que, al igual que la sexualidad, la psiquiatría, la religión, la justicia y el lenguaje, la enseñanza había sido siempre, en el mundo occidental, una de esas "estructuras de poder" erigidas para reprimir y domesticar al cuerpo social, instalando sutiles pero muy eficaces formas de sometimiento y enajenación a fin de garantizar la perpetuación de los privilegios y el control del poder de los grupos sociales dominantes. Bueno, pues, por lo menos en el campo de la enseñanza, a partir de 1968 la autoridad castradora de los instintos libertarios de los jóvenes había volado en pedazos. Pero, a juzgar por aquel documental, que hubiera podido ser filmado en otros muchos lugares de Francia y de toda Europa, el desplome y desprestigio de la idea misma del docente y la docencia -y, en última instancia, de cualquier forma de autoridad-, no parecía haber traído la liberación creativa del espíritu juvenil, sino, más bien, convertido a los colegios así liberados en el mejor de los casos, en instituciones caóticas, y, en el peor, en pequeñas satrapías de matones y precoces delincuentes.
Es evidente que Mayo del 68 no acabó con la "autoridad", que ya venía sufriendo hacía tiempo un proceso de debilitamiento generalizado en todos los órdenes, desde el político hasta el cultural, sobre todo en el campo de la educación. Pero la revolución de los niños bien, la flor y nata de las clases burguesas y privilegiadas de Francia, quienes fueron los protagonistas de aquel divertido carnaval que proclamó como eslogan del movimiento "¡Prohibido prohibir!", extendió al concepto de autoridad su partida de defunción. Y dio legitimidad y glamour a la idea de que toda autoridad es sospechosa, perniciosa y deleznable y que el ideal libertario más noble es desconocerla, negarla y destruirla. El poder no se vio afectado en lo más mínimo con este desplante simbólico de los jóvenes rebeldes que, sin saberlo la inmensa mayoría de ellos, llevaron a las barricadas los ideales iconoclastas de pensadores como Foucault. Baste recordar que en las primeras elecciones celebradas en Francia después de Mayo del 68, la derecha gaullista obtuvo una rotunda victoria.
Pero la autoridad, en el sentido romano de auctoritas, no de poder sino, como define en su tercera acepción el Diccionario de la RAE, de "prestigio y crédito que reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia", no volvió a levantar cabeza. Desde entonces, tanto en Europa como en buena parte del resto del mundo, son prácticamente inexistentes las figuras políticas y culturales que ejercen aquel magisterio, moral e intelectual al mismo tiempo, de la "autoridad" clásica y que encarnaban a nivel popular los maestros, palabra que entonces sonaba tan bien porque se asociaba al saber y al idealismo. En ningún campo ha sido esto tan catastrófico para la cultura como en el de la educación. El maestro, despojado de credibilidad y autoridad, convertido en muchos casos en representante del poder represivo, es decir, en el enemigo al que, para alcanzar la libertad y la dignidad humana, había que resistir, e, incluso, abatir, no sólo perdió la confianza y el respeto sin los cuales era prácticamente imposible que cumpliera eficazmente su función de educador -de transmisor tanto de valores como de conocimientos- ante sus alumnos, sino de los propios padres de familia y de filósofos revolucionarios que, a la manera del autor de Vigilar y castigar, personificaron en él uno de esos siniestros instrumentos de los que -al igual que los guardianes de las cárceles y los psiquiatras de los manicomios- se vale el establecimiento para embridar el espíritu crítico y la sana rebeldía de niños y adolescentes.
Muchos maestros, de muy buena fe, se creyeron esta degradante satanización de sí mismos y contribuyeron, echando baldazos de aceite a la hoguera, a agravar el estropicio haciendo suyas algunas de las más disparatadas secuelas de la ideología de Mayo del 68 en lo relativo a la educación, como considerar aberrante desaprobar a los malos alumnos, hacerlos repetir el curso, e, incluso, poner calificaciones y establecer un orden de prelación en el rendimiento académico de los estudiantes, pues, haciendo semejantes distingos, se propagaría la nefasta noción de jerarquías, el egoísmo, el individualismo, la negación de la igualdad y el racismo. Es verdad que estos extremos no han llegado a afectar a todos los sectores de la vida escolar, pero una de las perversas consecuencias del triunfo de las ideas -de las diatribas y fantasías- de Mayo del 68 ha sido que a raíz de ello se ha acentuado brutalmente la división de clases a partir de las aulas escolares. La enseñanza pública fue uno de los grandes logros de la Francia democrática, republicana y laica. En sus escuelas y colegios, de muy alto nivel, las oleadas de alumnos gozaban de una igualdad de oportunidades que corregía, en cada nueva generación, las asimetrías y privilegios de familia y clase, abriendo a los niños y jóvenes de los sectores más desfavorecidos el camino del progreso, del éxito profesional y del poder político.
El empobrecimiento y desorden que ha padecido la enseñanza pública, tanto en Francia como en el resto del mundo, ha dado a la enseñanza privada, a la que por razones económicas tiene acceso sólo un sector social minoritario de altos ingresos, y que ha sufrido menos los estragos de la supuesta revolución libertaria, un papel preponderante en la forja de los dirigentes políticos, profesionales y culturales de hoy y del futuro. Nunca tan cierto aquello de "nadie sabe para quién trabaja". Creyendo hacerlo para construir un mundo de veras libre, sin represión, ni enajenación, ni autoritarismo, los filósofos libertarios como Michel Foucault y sus inconscientes discípulos obraron muy acertadamente para que, gracias a la gran revolución educativa que propiciaron, los pobres siguieran pobres, los ricos ricos, y los inveterados dueños del poder siempre con el látigo en las manos.
© Mario Vargas Llosa, 2009.
FUENTE: http://www.elpais.com/articulo/opinion/Prohibido/prohibir/elpepuopi/20090726elpepiopi_12/Tes
Hace ya de esto algunos años vi en París, en la Televisión Francesa, un documental que se me quedó grabado en la memoria y cuyas imágenes, de tanto en tanto, los sucesos cotidianos actualizan con restallante vigencia.
El documental describía la problemática de un liceo en las afueras de París, uno de esos barrios donde familias francesas empobrecidas se codean con inmigrantes de origen subsahariano, latinoamericano y árabes del Magreb. Este colegio secundario público, cuyos alumnos, de ambos sexos, constituían un arco iris de razas, lenguas, costumbres y religiones, había sido escenario de violencias: golpizas a profesores, violaciones en los baños o corredores, enfrentamientos entre pandillas a navajazos y palazos y, si mal no recuerdo, hasta tiroteos. No sé si de todo ello había resultado algún muerto, pero sí muchos heridos, y en los registros al local la policía había incautado armas, drogas y alcohol.
El documental no quería ser alarmista, sino tranquilizador, mostrar que lo peor había ya pasado y que, con la buena voluntad de autoridades, profesores, padres de familia y alumnos, las aguas se estaban sosegando. Por ejemplo, con inocultable satisfacción, el director señalaba que gracias al detector de metales recién instalado, por el cual debían pasar ahora los estudiantes al ingresar al colegio, se decomisaban las manoplas, cuchillos y otras armas punzo-cortantes. Así, los hechos de sangre se habían reducido de manera drástica. Se habían dictado disposiciones de que ni profesores ni alumnas circularan nunca solos, ni siquiera para ir a los baños, siempre al menos en grupos de dos. De este modo se evitaban asaltos y emboscadas. Y ahora el colegio tenía dos psicólogos permanentes para dar consejo a los alumnos y alumnas -casi siempre huérfanos, semihuérfanos, y de familias fracturadas por la desocupación, la promiscuidad, la delincuencia y la violencia de género- inadaptables o pendencieros recalcitrantes.
Lo que más me impresionó en el documental fue la entrevista a una profesora que afirmaba, con naturalidad, algo así como: "Tout va bien, maintenant, mais il faut se débrouiller" ("Ahora todo anda bien, pero hay que saber arreglárselas"). Explicaba que, a fin de evitar los asaltos y palizas de antaño, ella y un grupo de profesores se habían puesto de acuerdo para encontrarse a una hora justa en la boca del metro más cercana y caminar juntos hasta el colegio. De este modo el riesgo de ser agredidos por los voyous (golfos) se enanizaba. Aquella profesora y sus colegas, que iban diariamente a su trabajo como quien va al infierno, se habían resignado, aprendido a sobrevivir y no parecían imaginar siquiera que ejercer la docencia pudiera ser algo distinto a su vía crucis cotidiano.
En esos días terminaba yo de leer uno de los amenos y sofísticos ensayos de Michel Foucault en el que, con su brillantez habitual, el filósofo francés sostenía que, al igual que la sexualidad, la psiquiatría, la religión, la justicia y el lenguaje, la enseñanza había sido siempre, en el mundo occidental, una de esas "estructuras de poder" erigidas para reprimir y domesticar al cuerpo social, instalando sutiles pero muy eficaces formas de sometimiento y enajenación a fin de garantizar la perpetuación de los privilegios y el control del poder de los grupos sociales dominantes. Bueno, pues, por lo menos en el campo de la enseñanza, a partir de 1968 la autoridad castradora de los instintos libertarios de los jóvenes había volado en pedazos. Pero, a juzgar por aquel documental, que hubiera podido ser filmado en otros muchos lugares de Francia y de toda Europa, el desplome y desprestigio de la idea misma del docente y la docencia -y, en última instancia, de cualquier forma de autoridad-, no parecía haber traído la liberación creativa del espíritu juvenil, sino, más bien, convertido a los colegios así liberados en el mejor de los casos, en instituciones caóticas, y, en el peor, en pequeñas satrapías de matones y precoces delincuentes.
Es evidente que Mayo del 68 no acabó con la "autoridad", que ya venía sufriendo hacía tiempo un proceso de debilitamiento generalizado en todos los órdenes, desde el político hasta el cultural, sobre todo en el campo de la educación. Pero la revolución de los niños bien, la flor y nata de las clases burguesas y privilegiadas de Francia, quienes fueron los protagonistas de aquel divertido carnaval que proclamó como eslogan del movimiento "¡Prohibido prohibir!", extendió al concepto de autoridad su partida de defunción. Y dio legitimidad y glamour a la idea de que toda autoridad es sospechosa, perniciosa y deleznable y que el ideal libertario más noble es desconocerla, negarla y destruirla. El poder no se vio afectado en lo más mínimo con este desplante simbólico de los jóvenes rebeldes que, sin saberlo la inmensa mayoría de ellos, llevaron a las barricadas los ideales iconoclastas de pensadores como Foucault. Baste recordar que en las primeras elecciones celebradas en Francia después de Mayo del 68, la derecha gaullista obtuvo una rotunda victoria.
Pero la autoridad, en el sentido romano de auctoritas, no de poder sino, como define en su tercera acepción el Diccionario de la RAE, de "prestigio y crédito que reconoce a una persona o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna materia", no volvió a levantar cabeza. Desde entonces, tanto en Europa como en buena parte del resto del mundo, son prácticamente inexistentes las figuras políticas y culturales que ejercen aquel magisterio, moral e intelectual al mismo tiempo, de la "autoridad" clásica y que encarnaban a nivel popular los maestros, palabra que entonces sonaba tan bien porque se asociaba al saber y al idealismo. En ningún campo ha sido esto tan catastrófico para la cultura como en el de la educación. El maestro, despojado de credibilidad y autoridad, convertido en muchos casos en representante del poder represivo, es decir, en el enemigo al que, para alcanzar la libertad y la dignidad humana, había que resistir, e, incluso, abatir, no sólo perdió la confianza y el respeto sin los cuales era prácticamente imposible que cumpliera eficazmente su función de educador -de transmisor tanto de valores como de conocimientos- ante sus alumnos, sino de los propios padres de familia y de filósofos revolucionarios que, a la manera del autor de Vigilar y castigar, personificaron en él uno de esos siniestros instrumentos de los que -al igual que los guardianes de las cárceles y los psiquiatras de los manicomios- se vale el establecimiento para embridar el espíritu crítico y la sana rebeldía de niños y adolescentes.
Muchos maestros, de muy buena fe, se creyeron esta degradante satanización de sí mismos y contribuyeron, echando baldazos de aceite a la hoguera, a agravar el estropicio haciendo suyas algunas de las más disparatadas secuelas de la ideología de Mayo del 68 en lo relativo a la educación, como considerar aberrante desaprobar a los malos alumnos, hacerlos repetir el curso, e, incluso, poner calificaciones y establecer un orden de prelación en el rendimiento académico de los estudiantes, pues, haciendo semejantes distingos, se propagaría la nefasta noción de jerarquías, el egoísmo, el individualismo, la negación de la igualdad y el racismo. Es verdad que estos extremos no han llegado a afectar a todos los sectores de la vida escolar, pero una de las perversas consecuencias del triunfo de las ideas -de las diatribas y fantasías- de Mayo del 68 ha sido que a raíz de ello se ha acentuado brutalmente la división de clases a partir de las aulas escolares. La enseñanza pública fue uno de los grandes logros de la Francia democrática, republicana y laica. En sus escuelas y colegios, de muy alto nivel, las oleadas de alumnos gozaban de una igualdad de oportunidades que corregía, en cada nueva generación, las asimetrías y privilegios de familia y clase, abriendo a los niños y jóvenes de los sectores más desfavorecidos el camino del progreso, del éxito profesional y del poder político.
El empobrecimiento y desorden que ha padecido la enseñanza pública, tanto en Francia como en el resto del mundo, ha dado a la enseñanza privada, a la que por razones económicas tiene acceso sólo un sector social minoritario de altos ingresos, y que ha sufrido menos los estragos de la supuesta revolución libertaria, un papel preponderante en la forja de los dirigentes políticos, profesionales y culturales de hoy y del futuro. Nunca tan cierto aquello de "nadie sabe para quién trabaja". Creyendo hacerlo para construir un mundo de veras libre, sin represión, ni enajenación, ni autoritarismo, los filósofos libertarios como Michel Foucault y sus inconscientes discípulos obraron muy acertadamente para que, gracias a la gran revolución educativa que propiciaron, los pobres siguieran pobres, los ricos ricos, y los inveterados dueños del poder siempre con el látigo en las manos.
© Mario Vargas Llosa, 2009.
FUENTE: http://www.elpais.com/articulo/opinion/Prohibido/prohibir/elpepuopi/20090726elpepiopi_12/Tes
25 jul 2009
12 jul 2009
Héroes Inesperados
En una ciudad como la de México un héroe es quien respeta los señalamientos de tránsito. Bajando por el pueblo de Santa Fe, cerca del distribuidor de San Antonio un Atos tuvo la osadia de cerrarme el paso. Frené más por el susto que me causó la valentía del conductor, que porque su arma mortal me pudiera causar algún daño. ¿Será que sabe que todos evadimos los atos por temor a causarles daño y por eso se avienta como si trajera un trailer de doble remolque? Tal vez de ahí proviene su fuerza para cruzar carriles entre camiones, camionetas y mi estupefacta cara.
Dos metros más adelante, después de que utilicé mi direccional para indicarle al Sr. Atos que tenía que tomar la derecha, se me volvió a cerrar impidiéndome el paso. Ahí enfurecí, pasarte la salida en el DF representa una pérdida de tiempo y para mí un rezo inmediato a San Guía Roji. Frené abruptamente para ver si el Atos se alejaba y por fin podía incorporarme a mi camino. Llegamos a un alto y el Atos estaba a mi lado.
Lo inesperado en ciudades como ésta es que alguien se de cuenta que existe otro alguien. La abstracción de la vida es como el secreto de la supervivencia en las metrópolis, así que ver que un hombre discute por ti con el Sr. Atos es surrealista.
De entre la basura y varios uniformes naranjas, desde lo alto de un camión, un joven manchado de la cara le gritaba al Sr. Atos: ¿Qué no la ves? Te puso la direccional, te le cerraste allá arriba y ahora no la dejas pasar. ¿Qué te pasa? más respeto con la señorita. No seas cabrón además traes un Atos.
El señor Atos se enojó. Y movió los brazos alebrestado. Mi héroe continuó mi defensa: Cálmate wey, que si necesitas clases de tránsito me bajo y te explico. Yo reía. Volteaba a ver a ese chico de la basura y pensaba ¿por qué hace esto? Seguro es porque es divertido gritarle a un Atos, pero por qué me defiende. Sus compañeros en el camión de la basura también se reían.
De pronto mi héroe me interpeló: estás bien linda y este animal se te cerró por bruto, no te apures, ya lo arreglé. Gracias, grité sacando mi cabeza por la ventanilla. Recibí un beso en el aire y reí. Avanzamos.
Vi que el camión tomaba otro rumbo así que agité mi mano despidiéndome de mi héroe insólito. No sólo protege señoritas de conductores que no leyeron el manuel del buen conductor, sino además embellece la ciudad todos los días al despojarla de la basura que dejan los que no leyeron reglas de urbanidad para dummies.
Otro alto y me quedo pensado en el nombre de ese héroe de armadura manchada y sonrisa blanca. No se apure señorita yo la defendí, es la frase que me regresa a la realidad y lo veo parado al lado de mi auto. Muchas gracias respondo. Es que no se vale -sigue- usted necesitaba pasar y el otro se metió así no más. Le hubiera gritado. Termino diciendo: Ya lo hiciste por mí, gracias de nuevo. El verde pone fin a este encuentro. Intercambiamos nuestros nombre, nos damos un apretón de manos y un beso en las mejillas. Nadie pita, sorprendentemente. Avanzo con una sonrisa, su nombre es mi destino, mi signo de protección masculina, su nombre es Alberto.
Dos metros más adelante, después de que utilicé mi direccional para indicarle al Sr. Atos que tenía que tomar la derecha, se me volvió a cerrar impidiéndome el paso. Ahí enfurecí, pasarte la salida en el DF representa una pérdida de tiempo y para mí un rezo inmediato a San Guía Roji. Frené abruptamente para ver si el Atos se alejaba y por fin podía incorporarme a mi camino. Llegamos a un alto y el Atos estaba a mi lado.
Lo inesperado en ciudades como ésta es que alguien se de cuenta que existe otro alguien. La abstracción de la vida es como el secreto de la supervivencia en las metrópolis, así que ver que un hombre discute por ti con el Sr. Atos es surrealista.
De entre la basura y varios uniformes naranjas, desde lo alto de un camión, un joven manchado de la cara le gritaba al Sr. Atos: ¿Qué no la ves? Te puso la direccional, te le cerraste allá arriba y ahora no la dejas pasar. ¿Qué te pasa? más respeto con la señorita. No seas cabrón además traes un Atos.
El señor Atos se enojó. Y movió los brazos alebrestado. Mi héroe continuó mi defensa: Cálmate wey, que si necesitas clases de tránsito me bajo y te explico. Yo reía. Volteaba a ver a ese chico de la basura y pensaba ¿por qué hace esto? Seguro es porque es divertido gritarle a un Atos, pero por qué me defiende. Sus compañeros en el camión de la basura también se reían.
De pronto mi héroe me interpeló: estás bien linda y este animal se te cerró por bruto, no te apures, ya lo arreglé. Gracias, grité sacando mi cabeza por la ventanilla. Recibí un beso en el aire y reí. Avanzamos.
Vi que el camión tomaba otro rumbo así que agité mi mano despidiéndome de mi héroe insólito. No sólo protege señoritas de conductores que no leyeron el manuel del buen conductor, sino además embellece la ciudad todos los días al despojarla de la basura que dejan los que no leyeron reglas de urbanidad para dummies.
Otro alto y me quedo pensado en el nombre de ese héroe de armadura manchada y sonrisa blanca. No se apure señorita yo la defendí, es la frase que me regresa a la realidad y lo veo parado al lado de mi auto. Muchas gracias respondo. Es que no se vale -sigue- usted necesitaba pasar y el otro se metió así no más. Le hubiera gritado. Termino diciendo: Ya lo hiciste por mí, gracias de nuevo. El verde pone fin a este encuentro. Intercambiamos nuestros nombre, nos damos un apretón de manos y un beso en las mejillas. Nadie pita, sorprendentemente. Avanzo con una sonrisa, su nombre es mi destino, mi signo de protección masculina, su nombre es Alberto.
6 jul 2009
EL QUINTO DRAGÓN
Cinco horas de camión son suficientes y sobra tiempo para conocer la historia del quinto dragón.
Llegó a mis manos como la promesa de una buena obra literaria escrita por alguien más joven que yo. Fue casi un chisme: estudió en La Salle, como tú, seguro la conoces, es casi de tu edad. Obviamente el nombre no hizo que sonarán las campanas en mi cabeza y cuando vi su rostro en la solapa del libro, menos. La memoria no es mi fuerte, eso ya lo sabemos.
La idea de que pude haberme cruzado con Paulina Aguilar Gutiérrez en un pasillo de clase sin notarla me dio escalofrío. ¿Cómo pude perder de vista a alguien que le interesaban las letras? Cómo, si mi mayor búsqueda en la vida ha sido la de encontrar a engendros como yo. Así que concluí que no la conocía y que no era tarde para hacerlo.
Tomé el libro en mis manos y desde el primer párrafo quedé atrapada. Inicié su lectura y no pude detenerme. La magia trastocada con la realidad, el primer amor circular, los desencuentros y la fuerza de la palabra son obviamente los temas que más adoro, persigo, saboreo en mi mente en momentos de ociosidad. Así que sin duda, El quinto dragón, era un libro escrito por una joven para los pares de su generación.
Ganadora del Primer Premio Nacional de Literatura para Jóvenes FeNaL – Norma Grupo Editorial 2009, Paulina celebra que sus letras viajarán a Latinoamérica y tocarán la vida de más jóvenes.
Celebro que sea leonesa, eso demuestra que el Bajío todavía tiene diamantes que ofrecer. Festejo que sea casi de mi edad, al menos pertenecemos a la misma generación y puedo responder orgullosa una vez más: Aquí está mi generación, se está abriendo paso, y nuestra nueva representante es un dragón con identidad leonesa.
Visiten su blog y por supuesto lean su libro: en menos de cinco horas tendrán un viaje fantástico en la memoria.
http://elquintodragon.blogspot.com/
3 jul 2009
VIERNES DE CHELAS Y AMIGOS
Es viernes, hace frío, el aire es agua y el mejor paraguas es el recuerdo. Extraño Guanajuato, nunca pensé decirlo, tampoco es un añoramiento de la vida de allá, es sólo la necesidad de un refugio con amigos y chelas.
Quisiera estar en ese rincón verdoso con luces neón a la salida del túnel, detrás del Templo de San José y del Teatro Juárez. Ahí donde la música es en inglés y noventera. Donde la cerveza de barril es más oscura y barata. Donde esperas por tu turno en el billar mientras escoges al extranjero que te ligarás esa noche. Entre las luces de Navidad que lo que menos te recuerdan es a Santa Claus. Entre intelectuales de vanguardia y quienes los mencionan en sus pláticas.
El 8, el inconfundible 8 donde cada Cervantino termina el crew del Canal 4, el 22 y quien se haya querido unir ese año a la transmisión del Festival. El 8, ese número de la suerte condenado a ser verdugo en una bola de billar.
Sus papas a la francesa con pimienta, un verdadero manjar después de 8 cervezas. Un perfecto balcón para ver el atardecer, para ser testigo del desfile de parejas acicaladas que caminan del estacionamiento El Hinojo hacia el Jardín de la Unión, donde efectivamente harán honor a su nombre. Un baño con las medidas perfectas para las intrincadas exploraciones amatorias adolescentes. Un tránsito escalonado sin puertas, donde encontrarte con tu ex y su nueva es una invitación a soñar con lo que está fuera de los cerros en forma de rana.
El 8, un bar de amigos adictos a la imaginación y a la recreación del mundo en un edifico verde. Una isla petrificada, un castillo vagabundo que es cualquier lugar del mundo y no obedece las reglas guanajuatenses.
Hablar de libros, escribir en servilletas, jugar a ser grande, soñar, el parvulario perfecto para mentes ansiosas de noche, complicidad y fantasía.
Mi refugio de los viernes, sábados y cualquier día de amigos, de proyectos, de amores perdidoS y musas de visita.
Hace frío y es rocoso y húmedo como el de Guanajuato. Es de noche y me transporto al 8. Una cerveza helada porque el calor de los amigos quema.
SALUD.
Quisiera estar en ese rincón verdoso con luces neón a la salida del túnel, detrás del Templo de San José y del Teatro Juárez. Ahí donde la música es en inglés y noventera. Donde la cerveza de barril es más oscura y barata. Donde esperas por tu turno en el billar mientras escoges al extranjero que te ligarás esa noche. Entre las luces de Navidad que lo que menos te recuerdan es a Santa Claus. Entre intelectuales de vanguardia y quienes los mencionan en sus pláticas.
El 8, el inconfundible 8 donde cada Cervantino termina el crew del Canal 4, el 22 y quien se haya querido unir ese año a la transmisión del Festival. El 8, ese número de la suerte condenado a ser verdugo en una bola de billar.
Sus papas a la francesa con pimienta, un verdadero manjar después de 8 cervezas. Un perfecto balcón para ver el atardecer, para ser testigo del desfile de parejas acicaladas que caminan del estacionamiento El Hinojo hacia el Jardín de la Unión, donde efectivamente harán honor a su nombre. Un baño con las medidas perfectas para las intrincadas exploraciones amatorias adolescentes. Un tránsito escalonado sin puertas, donde encontrarte con tu ex y su nueva es una invitación a soñar con lo que está fuera de los cerros en forma de rana.
El 8, un bar de amigos adictos a la imaginación y a la recreación del mundo en un edifico verde. Una isla petrificada, un castillo vagabundo que es cualquier lugar del mundo y no obedece las reglas guanajuatenses.
Hablar de libros, escribir en servilletas, jugar a ser grande, soñar, el parvulario perfecto para mentes ansiosas de noche, complicidad y fantasía.
Mi refugio de los viernes, sábados y cualquier día de amigos, de proyectos, de amores perdidoS y musas de visita.
Hace frío y es rocoso y húmedo como el de Guanajuato. Es de noche y me transporto al 8. Una cerveza helada porque el calor de los amigos quema.
SALUD.
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