Ya que andas por ahí… tráete el
pan, la bolsa, abre la puerta, revisa los pájaros (aunque fueras en la
dirección contraria de cualquiera de las actividades que necesitaban realizarse
porque mi abuela lo pedía) Ya que andas por ahí, fue una de las frases que más
pronunció mi abuela, lo otro que más veces dijo en su vida fue Bano, como
llamaba a mi abuelo Urbano.
Nacieron con días de diferencia,
Bano nació el 4 de agosto de 1927, Jesucita, como él le decía, el 16 de agosto.
Mi abuela me contó que a los 20 años ella pasaba por el taller donde trabajaba
Bano y cada que lo hacía, él le chiflaba. Ella le decía a sus primas: no hagan
caso, es el grosero de Bano. Cuando giraban alrededor del quiosco en sentido
contrario hombres y mujeres y Bano le regalaba gardenias, ella se sentía
aviadora, como decía su tía, pero a él le decía: Bano sangrón. Mi abuelo
insistía con más gardenias, nieves a escondidas, chiflidos y saludos cada que
la veía pasar. -Hay que casarse con quien te ama- me decía mi abuela.
Oí su plática de cómo se enamoró de mi abuelo varias de veces
y cada vez cuando llegaba a la parte de las vueltas en el jardín y las
gardenias sus ojos brillaban, su sonrisa era la de una adolescente enamorada.
Cada vez que la observé narrarme su historia, pensé: así quiero sentirme algún
día, así quiero contarle a mis nietos mi historia de amor.
El 21 de mayo de 1952 se casaron,
el 8 de abril de 1953 nació su primogénito Alberto, mi padre. En 1982 nazco y
mi abuela es feliz porque después de 9 hombres por fin tiene una niña a quien
peinar de trenzas y mandarle hacer vestidos. Las trenzas siempre fueron mi
pleito con ella, yo quería andar con el cabello suelto y ella peinarme con
limón y aquanet. A pesar de eso amaba pasar las vacaciones o fines de semana en
su casa. Cada habitación era un viaje a un mundo imaginario. Cuando no estaba
inventando historias y actuándolas alrededor de toda la casa, estaba agarrada
de la falda de mi abuela, me sentía segura, mi mente podía crear otra historia,
alejarse del mundo material.
Con mi abuela había que levantarse
temprano, tomar el diablito con canastilla metálica que servía para transportar
el mandado e ir al carro verde con Don Rito por la carne. Entre muchas señoras
peleándose por el mejor trozo, mi abuela espetaba al dueño: Don Rito, deme… y
Don Rito obedecía, sí mi abuela era mandoncita o como a mí me gusta decirle,
una matriarca. Caminábamos entre el mercado buscando verduras y flores, al
final me llevaba a la dulcería
donde en cucuruchos de papel me entregaban chocolates con mini esferas
de dulces colores y corazones azucarados en colores verde, rosa y azul pastel.
Caminábamos a casa, mi abuela llegaba a cocinar y yo corría al taller de mi
abuelo. -El taller no es lugar para las mujeres-gritaba desde la cocina.
Después de comer se lavaban los platos y en eso sí ayudaba, a qué infante no le
gusta mojarse y hacer burbujas de jabón. Algunas tardes después de rezar en el
oratorio de San Felipe Neri, Jesucita me llevaba a Woolworth a comer una copa
de helado de fresa con galletas de chocolate y me dejaba escoger un juguete.
Otras tardes ponía un mantel floreado sobre la mesa redonda del comedor, sacaba
un plato hondo de plástico color morado lleno de monedas redondas, octagonales,
pesadas y ya sin valor comercial, salvo por el metal de que estaban hechas.
Colocaba dos juegos de baraja española y esperábamos a sus amigas para la
jugada. Jamás olvidaré el olor a metal, el sonido pru pru de las barajas
cayendo una sobre otra y luego siendo arqueadas antes de repartirlas. Las risas
y las anécdotas de quienes jugaban. Mi abuela y mi tía Eva reían mucho. Mi tía
Eva siempre traía labial rojo y una pestañas largas y negras. Mi abuela sólo se
pintaba los labios de rosa y las uñas de rosa pálido o color melón. Decía que
las mujeres debíamos ser discretas, arregladas pero discretas.
A la mesa redonda de mi abuela
llegaban infinidad de tíos, tías, primos, más grande comprendí que era porque
mi abuela quería a sus amigos, a sus vecinos, a quienes rentaban un cuarto
contiguo al taller y se veían apretados de dinero para pagar, a los amigos de
mis tíos que se quedaron ahí porque estaban estudiando, a todos como familia. –
Ponle más agua a los frijoles y vamos a cortar el pan- decía mi abuela y todos
cabían en su mesa redonda. Alguna vez me tocó presenciar la discusión entre sus
hijos ingenieros y ella de si en una mesa redonda cabían más comensales que si
en una rectangular. Ante las razones matemáticas y físicas mi abuela término la
discusión con: pues en una mesa redonda nos vemos mejor y podemos platicar
todos, ya vieron.
Poner el nacimiento era una tarea
de días, era crear una ciudad entera y no importaba si los estilos y tamaños de
las casas, pastores, animales y demás eran distintos, todos debían estar
incluidos en la representación, incluidos los niños Dios que se colocaban en
navidad, había uno que era más grande que el pesebre, la Virgen y José juntos y
otro diminuto que cabía sobre el dedo gordo. A mi abuela lo que le gustaba de
la navidad era tener a la familia reunida y que sus nietos rompieran las
esferas y se rieran, porque a propósito colocaba las esferas lo más abajo del
árbol. Por supuesto las nueras decían no y mi abuela: Déjalo está chiquito, al
rato limpiamos.
Jesucita es una revolucionaria
para mí, crió a 7 varones que hoy entran perfecto en lo que llaman la nueva
paternidad. Hombres que no temen cargar a sus hijos, cambiarles pañales, jugar
con ellos (incluso lo hacen con los nietos, los he visto), prepararles alimento
(mi padre nos hacía el lunch que nos querían comprar en la escuela, mi hermano vio
la oportunidad del negocio y argumentó que cada vez tenía más hambre), lavar,
planchar (lo hacen mejor que en la tintorerías), barrer, trapear (la casa queda
más limpia que un quirófano). Hombres que se asumen como cabeza de familia y
protegen, guían. Sí tienen sus obsesiones pero nadie es perfecto y hasta hoy
ninguno matrimonio se ha separado. Algo han de ver mis tías en ellos que
aguantan o negocian. Hombres así no se logran por azar, algo aprendieron de mis
abuelos, algo tuvo que ver que mi abuela fuera una matriarca, una mujer que
estaba al pendiente de las necesidades de cada uno: come más, come menos, no te
duermas, descansa, estudia, enséñale. El por favor era implícito, ella
ordenada, el gracias si lo manifestaba.
-Abuela voy a viajar a Cuba con
mis amigas-
-Muy bien, ten un dinerito, te
divierte y te cuidas muchachita-
-Abuela, no tengo mesa, me prestas
por una semana esa-
- Sí, llévatela (Ya pasaron 468
semanas)
- Ay hija, a ver si llego a verte
en tu boda
- Abuela, antes te traigo nietos
que un marido.
- Bueno, si eso te hace feliz.
- Abuela me
acuerdo mucho del patio rojo y la mesa blanca de metal en tu casa del centro,
de tus plantas y que leías selecciones- Le digo mientras le sostengo la mano en
el hospital, no puedo detener las lágrimas, mi abuela siempre ha sido una mujer
fuerte y me duele verla dependiente, ya ni ganas tiene de decir ya que andas
por ahí, ahora que todos preguntamos qué se te ofrece, ella no pide, ella no
manda.
- Yo me
acuerdo que dijiste, abuela quiero esta mesa, te dije cuando me muera y
contestaste: ¿Cuándo te mueres? – Mi abuela sonríe- eras muy pequeña y siempre
estabas cogida de mi falda.
- Me acuerdo
abuela, me acuerdo.
- Tu abuela
y tu mamá me enseñaron muchas cosas, tu mamá me encargó a tu papá y a ustedes
cuando ya estaba muy malita; ahora yo te encargo a tu papá y a mis muchachitos,
mis nietos.
- Abue, vas
a estar bien, tienes que ver a mis hijos en la universidad- mi abuela se ríe,
caen lágrimas discretamente por su mejilla.
Años atrás, mi abuela recibió la
primera operación a corazón abierto en Léon, desde entonces estuvo preocupada
por los años que le quedaban y lo que alcanzaría a ver, -el doctor dijo que
máximo 15 años- decía. El doctor que la operó murió antes que ella y su corazón
alcanzó a celebrar sus bodas de oro, el nacimiento de cuatro nietas más y tres
bisnietos. Lo que ya no pudo soportar fue separarse de su Bano, su corazón del
alma sólo resistió un mes y 12 días sin él.
-Extraño mucho a tu abuelo, hoy
hubiéramos cumplido 62 años de casados, no quiero estar sin él- me dijo.
Mi abuela ya no despertó, se fue
entre sueños. El 11 de junio recibí la noticia, no podía creerlo, justo el día
anterior había estado con ella y me mandó a comprar un cuarto de bistec porque
tenía antojo de un caldo con mucho jugo de carne. Mi abuela ordenando, debía
estar mejor, la dejé comiendo mango porque era su fruta favorita y ese día
resplandecían en el puesto al lado de la carnicería. Mi abuela comió mientras
le platicaba de sus bisnietos y sus travesuras semanales.
- Ay Hija, qué enfermedad tan rara
tengo, toda desguanzada, ni mi alivio ni me muero. Pero ya le dije a Julia
Velázquez Albarrán, mamá llévame, qué es esto. A ella le gustaba decir su
nombre completo.
- No sabía que era Albarrán.
-Traéme a mis muchachitos, los
quiero ver, los quiero mucho y a ti también-
-Yo te quiero mucho abuela, te
amo. Venimos el fin de semana, pero ahorita ya me voy porque tengo que ir por
tus muchachitos a la escuela.
-Ve con Dios-
La dejé comiendo su mango y
mirando su jardín desde el reposet. Jesucita se fue con su Bano porque el
corazón de una matriarca sólo es tan fuerte como el brazo del hombre que la
acompaña, la deja hacer y deshacer porque están juntos, porque la ama.
Una vecina cuenta que días antes
soñó que mi abuelo llegaba en un vochito y le decía: buenas noches comadrita,
ya vine por Jesucita, muchas gracias por cuidármela.
Enterramos a mi abuela, sus
bisnietos fueron y Santiago arrojó una rosa blanca sobre el féretro que
descendía. –Mamá no llores, mi bisa murió, pero ya vive en tu corazón-.
Extraño su falda, esa que me
permitía saber que el mundo tenía orden, que podía imaginar historias, a ella
también le gustaba escribir, cuentan que ganó el concurso de Carta a mi hijo,
con una que le escribió a mi papá. Jesucita gustaba de contar historias de
vida, fulanita, hija de, nieta de, prima de. Mantenía las relaciones familiares
como si de tablas de multiplicar se tratara, no sé cómo podía recordar
relacionas tan complejas, medios hermanos, primeras y segundas nupcias,
parientes, amigos. Incluso me preguntaba por mis amigos: y Gaby dónde anda, y
Cristy y Polo, tu amiga del nombre raro, ¿Elo, verdad? Beto C. ¿ya se casó?
Saliendo del panteón recibí el
mensaje que el ISBN de mi libro “Amor en presente” había llegado, estaría a la
venta en una horas. Lloré una vez más, porque no podía contarle que las
horas que pasé agarrada de su falda creando historias estaban dando frutos. Amar
en presente es como amó mi abuela, a cada uno nos quiso como éramos, aceptó
cada una de nuestras etapas con brazos abiertos y hubo momentos de mayor o
menor cercanía pero eso es amar en presente, estar, compartir, celebrar el
momento y vivir cada uno como el último y el primero. Así se amaban mis
abuelos, a sus 85 años Bano todavía le llevaba gardenias a su Jesucita. Eran el
vivo ejemplo de su canción: “Cómo han pasado los años, las vueltas que dio la vida, nuestro amor siguió creciendo, y con él, nos fue envolviendo, habrán pasado los años, pero el tiempo no ha podido, hacer que pase lo nuestro.”
Mi matriarca, mi Úrsula Iguarán y
mi Melquiades, ya están juntos y allá él tiene su taller donde repara motores y
ella dice: Ya que andas por ahí. Son mi historia de amor favorita, a seguir
narrando ya que ando por aquí.