18 jun 2014

La matriarca


Ya que andas por ahí… tráete el pan, la bolsa, abre la puerta, revisa los pájaros (aunque fueras en la dirección contraria de cualquiera de las actividades que necesitaban realizarse porque mi abuela lo pedía) Ya que andas por ahí, fue una de las frases que más pronunció mi abuela, lo otro que más veces dijo en su vida fue Bano, como llamaba a mi abuelo Urbano.

Nacieron con días de diferencia, Bano nació el 4 de agosto de 1927, Jesucita, como él le decía, el 16 de agosto. Mi abuela me contó que a los 20 años ella pasaba por el taller donde trabajaba Bano y cada que lo hacía, él le chiflaba. Ella le decía a sus primas: no hagan caso, es el grosero de Bano. Cuando giraban alrededor del quiosco en sentido contrario hombres y mujeres y Bano le regalaba gardenias, ella se sentía aviadora, como decía su tía, pero a él le decía: Bano sangrón. Mi abuelo insistía con más gardenias, nieves a escondidas, chiflidos y saludos cada que la veía pasar. -Hay que casarse con quien te ama- me decía mi abuela.

 Oí su plática de cómo se enamoró de mi abuelo varias de veces y cada vez cuando llegaba a la parte de las vueltas en el jardín y las gardenias sus ojos brillaban, su sonrisa era la de una adolescente enamorada. Cada vez que la observé narrarme su historia, pensé: así quiero sentirme algún día, así quiero contarle a mis nietos mi historia de amor.

El 21 de mayo de 1952 se casaron, el 8 de abril de 1953 nació su primogénito Alberto, mi padre. En 1982 nazco y mi abuela es feliz porque después de 9 hombres por fin tiene una niña a quien peinar de trenzas y mandarle hacer vestidos. Las trenzas siempre fueron mi pleito con ella, yo quería andar con el cabello suelto y ella peinarme con limón y aquanet. A pesar de eso amaba pasar las vacaciones o fines de semana en su casa. Cada habitación era un viaje a un mundo imaginario. Cuando no estaba inventando historias y actuándolas alrededor de toda la casa, estaba agarrada de la falda de mi abuela, me sentía segura, mi mente podía crear otra historia, alejarse del mundo material.

Con mi abuela había que levantarse temprano, tomar el diablito con canastilla metálica que servía para transportar el mandado e ir al carro verde con Don Rito por la carne. Entre muchas señoras peleándose por el mejor trozo, mi abuela espetaba al dueño: Don Rito, deme… y Don Rito obedecía, sí mi abuela era mandoncita o como a mí me gusta decirle, una matriarca. Caminábamos entre el mercado buscando verduras y flores, al final me llevaba a la dulcería  donde en cucuruchos de papel me entregaban chocolates con mini esferas de dulces colores y corazones azucarados en colores verde, rosa y azul pastel. Caminábamos a casa, mi abuela llegaba a cocinar y yo corría al taller de mi abuelo. -El taller no es lugar para las mujeres-gritaba desde la cocina. Después de comer se lavaban los platos y en eso sí ayudaba, a qué infante no le gusta mojarse y hacer burbujas de jabón. Algunas tardes después de rezar en el oratorio de San Felipe Neri, Jesucita me llevaba a Woolworth a comer una copa de helado de fresa con galletas de chocolate y me dejaba escoger un juguete. Otras tardes ponía un mantel floreado sobre la mesa redonda del comedor, sacaba un plato hondo de plástico color morado lleno de monedas redondas, octagonales, pesadas y ya sin valor comercial, salvo por el metal de que estaban hechas. Colocaba dos juegos de baraja española y esperábamos a sus amigas para la jugada. Jamás olvidaré el olor a metal, el sonido pru pru de las barajas cayendo una sobre otra y luego siendo arqueadas antes de repartirlas. Las risas y las anécdotas de quienes jugaban. Mi abuela y mi tía Eva reían mucho. Mi tía Eva siempre traía labial rojo y una pestañas largas y negras. Mi abuela sólo se pintaba los labios de rosa y las uñas de rosa pálido o color melón. Decía que las mujeres debíamos ser discretas, arregladas pero discretas.

A la mesa redonda de mi abuela llegaban infinidad de tíos, tías, primos, más grande comprendí que era porque mi abuela quería a sus amigos, a sus vecinos, a quienes rentaban un cuarto contiguo al taller y se veían apretados de dinero para pagar, a los amigos de mis tíos que se quedaron ahí porque estaban estudiando, a todos como familia. – Ponle más agua a los frijoles y vamos a cortar el pan- decía mi abuela y todos cabían en su mesa redonda. Alguna vez me tocó presenciar la discusión entre sus hijos ingenieros y ella de si en una mesa redonda cabían más comensales que si en una rectangular. Ante las razones matemáticas y físicas mi abuela término la discusión con: pues en una mesa redonda nos vemos mejor y podemos platicar todos, ya vieron.

Poner el nacimiento era una tarea de días, era crear una ciudad entera y no importaba si los estilos y tamaños de las casas, pastores, animales y demás eran distintos, todos debían estar incluidos en la representación, incluidos los niños Dios que se colocaban en navidad, había uno que era más grande que el pesebre, la Virgen y José juntos y otro diminuto que cabía sobre el dedo gordo. A mi abuela lo que le gustaba de la navidad era tener a la familia reunida y que sus nietos rompieran las esferas y se rieran, porque a propósito colocaba las esferas lo más abajo del árbol. Por supuesto las nueras decían no y mi abuela: Déjalo está chiquito, al rato limpiamos.

Jesucita es una revolucionaria para mí, crió a 7 varones que hoy entran perfecto en lo que llaman la nueva paternidad. Hombres que no temen cargar a sus hijos, cambiarles pañales, jugar con ellos (incluso lo hacen con los nietos, los he visto), prepararles alimento (mi padre nos hacía el lunch que nos querían comprar en la escuela, mi hermano vio la oportunidad del negocio y argumentó que cada vez tenía más hambre), lavar, planchar (lo hacen mejor que en la tintorerías), barrer, trapear (la casa queda más limpia que un quirófano). Hombres que se asumen como cabeza de familia y protegen, guían. Sí tienen sus obsesiones pero nadie es perfecto y hasta hoy ninguno matrimonio se ha separado. Algo han de ver mis tías en ellos que aguantan o negocian. Hombres así no se logran por azar, algo aprendieron de mis abuelos, algo tuvo que ver que mi abuela fuera una matriarca, una mujer que estaba al pendiente de las necesidades de cada uno: come más, come menos, no te duermas, descansa, estudia, enséñale. El por favor era implícito, ella ordenada, el gracias si lo manifestaba.
-Abuela voy a viajar a Cuba con mis amigas-
-Muy bien, ten un dinerito, te divierte y te cuidas muchachita-

-Abuela, no tengo mesa, me prestas por una semana esa-
- Sí, llévatela (Ya pasaron 468 semanas)

- Ay hija, a ver si llego a verte en tu boda
- Abuela, antes te traigo nietos que un marido.
- Bueno, si eso te hace feliz.

-       Abuela me acuerdo mucho del patio rojo y la mesa blanca de metal en tu casa del centro, de tus plantas y que leías selecciones- Le digo mientras le sostengo la mano en el hospital, no puedo detener las lágrimas, mi abuela siempre ha sido una mujer fuerte y me duele verla dependiente, ya ni ganas tiene de decir ya que andas por ahí, ahora que todos preguntamos qué se te ofrece, ella no pide, ella no manda.

-       Yo me acuerdo que dijiste, abuela quiero esta mesa, te dije cuando me muera y contestaste: ¿Cuándo te mueres? – Mi abuela sonríe- eras muy pequeña y siempre estabas cogida de mi falda.
-       Me acuerdo abuela, me acuerdo.

-       Tu abuela y tu mamá me enseñaron muchas cosas, tu mamá me encargó a tu papá y a ustedes cuando ya estaba muy malita; ahora yo te encargo a tu papá y a mis muchachitos, mis nietos.
-       Abue, vas a estar bien, tienes que ver a mis hijos en la universidad- mi abuela se ríe, caen lágrimas discretamente por su mejilla. 

Años atrás, mi abuela recibió la primera operación a corazón abierto en Léon, desde entonces estuvo preocupada por los años que le quedaban y lo que alcanzaría a ver, -el doctor dijo que máximo 15 años- decía. El doctor que la operó murió antes que ella y su corazón alcanzó a celebrar sus bodas de oro, el nacimiento de cuatro nietas más y tres bisnietos. Lo que ya no pudo soportar fue separarse de su Bano, su corazón del alma sólo resistió un mes y 12 días sin él.
-Extraño mucho a tu abuelo, hoy hubiéramos cumplido 62 años de casados, no quiero estar sin él- me dijo.

Mi abuela ya no despertó, se fue entre sueños. El 11 de junio recibí la noticia, no podía creerlo, justo el día anterior había estado con ella y me mandó a comprar un cuarto de bistec porque tenía antojo de un caldo con mucho jugo de carne. Mi abuela ordenando, debía estar mejor, la dejé comiendo mango porque era su fruta favorita y ese día resplandecían en el puesto al lado de la carnicería. Mi abuela comió mientras le platicaba de sus bisnietos y sus travesuras semanales.

- Ay Hija, qué enfermedad tan rara tengo, toda desguanzada, ni mi alivio ni me muero. Pero ya le dije a Julia Velázquez Albarrán, mamá llévame, qué es esto. A ella le gustaba decir su nombre completo.
- No sabía que era Albarrán.
-Traéme a mis muchachitos, los quiero ver, los quiero mucho y a ti también-
-Yo te quiero mucho abuela, te amo. Venimos el fin de semana, pero ahorita ya me voy porque tengo que ir por tus muchachitos a la escuela.
-Ve con Dios-

La dejé comiendo su mango y mirando su jardín desde el reposet. Jesucita se fue con su Bano porque el corazón de una matriarca sólo es tan fuerte como el brazo del hombre que la acompaña, la deja hacer y deshacer porque están juntos, porque la ama.

Una vecina cuenta que días antes soñó que mi abuelo llegaba en un vochito y le decía: buenas noches comadrita, ya vine por Jesucita, muchas gracias por cuidármela.
Enterramos a mi abuela, sus bisnietos fueron y Santiago arrojó una rosa blanca sobre el féretro que descendía. –Mamá no llores, mi bisa murió, pero ya vive en tu corazón-.

Extraño su falda, esa que me permitía saber que el mundo tenía orden, que podía imaginar historias, a ella también le gustaba escribir, cuentan que ganó el concurso de Carta a mi hijo, con una que le escribió a mi papá. Jesucita gustaba de contar historias de vida, fulanita, hija de, nieta de, prima de. Mantenía las relaciones familiares como si de tablas de multiplicar se tratara, no sé cómo podía recordar relacionas tan complejas, medios hermanos, primeras y segundas nupcias, parientes, amigos. Incluso me preguntaba por mis amigos: y Gaby dónde anda, y Cristy y Polo, tu amiga del nombre raro, ¿Elo, verdad? Beto C. ¿ya se casó?

Saliendo del panteón recibí el mensaje que el ISBN de mi libro “Amor en presente” había llegado, estaría a la venta en una horas. Lloré una vez más, porque no podía contarle que las horas que pasé agarrada de su falda creando historias estaban dando frutos. Amar en presente es como amó mi abuela, a cada uno nos quiso como éramos, aceptó cada una de nuestras etapas con brazos abiertos y hubo momentos de mayor o menor cercanía pero eso es amar en presente, estar, compartir, celebrar el momento y vivir cada uno como el último y el primero. Así se amaban mis abuelos, a sus 85 años Bano todavía le llevaba gardenias a su Jesucita. Eran el vivo ejemplo de su canción: “Cómo han pasado los años, las vueltas que dio la vida, nuestro amor siguió creciendo, y con él, nos fue envolviendo, habrán pasado los años, pero el tiempo no ha podido, hacer que pase lo nuestro.”

Mi matriarca, mi Úrsula Iguarán y mi Melquiades, ya están juntos y allá él tiene su taller donde repara motores y ella dice: Ya que andas por ahí. Son mi historia de amor favorita, a seguir narrando ya que ando por aquí.