29 jul 2007

HAY QUE DARLE CUERDA

El tren siempre llega a las 8, apenas son las 7 y ya llegó. Mi madre y yo regresamos a casa a las 9, pero hoy son las 7 y una mujer semidesnuda sale corriendo por el jardín de atrás. Mi padre y mi madre pelean los viernes y hoy apenas es miércoles. La merienda se sirve a las 9:30 y papá se sienta en la cabecera, pero hoy siguen siendo las 7. Mamá está en la cabecera, a la concha le escurre agua salada y el chocolate está muy amargo. Me duermo a las 10, pero hoy son las 7. Mi primer día como hombre importante termina, el reloj de mi abuelo descansa en mi buró y marca las 7.

ENTRE PISTOLAS Y MUERTES

Este fin de semana asistí a un taller literario. A diferencia del año pasado, en esta ocasión la mayoría somos jóvenes esto implica cambios sustanciales en la narrativa. El año pasado se leían novelas donde los argumentos giraban en torno a sueños no realizados por sus autores, batallas de la revolución, viajes en yate, amores frustrados, secretos de familia. Los sucesos de la vida estaban narrados por la mirada de los cuarentones. Este año escribimos cuentos, veinteañeros que proyectamos ilusiones y desilusiones, pero en general no esperamos demasiado de la vida por no decir que no esperamos nada. Las narraciones son cortas porque pretenden mostrar sólo una arista, un momento que es, modifica la realidad pero pasa. Es como estar preparado para la siguiente hoja en blanco, no tenemos porque saberlo todo desde el principio, lo estamos descubriendo y narrando. Las novelas implican querer recopilar vidas enteras donde los sucesos sólo se justifican porque dan lugar a otros que a su vez dan significado al tiempo, a la palabra, a los actos realizados. Es decir se busca la justificación de la vida, en los cuentos simplemente retratamos instantes, se vive, no se justifica. Pero ahí empieza mi reflexión, realmente nos gusta vivir sin justificar o sólo lo hacemos porque ya estamos vacunados contra la esperanza y la eternidad. En definitiva somos menos dramáticos que los mayores pero no por eso menos intensos, las narraciones está pobladas de muerte, de separación, de incomunicación, de soledad. El humor ácido es fundamental, pero aunque matemos a diestra y siniestra no hay consecuencias, ni antecedentes, esos instantes se narran así como sucesos pero sin entendiemiento de causas. El aquí y el ahora es lo que importa. ¿Acaso los que tienen cuarenta fueron así a los veinte? ¿Nosotros cómo escribiremos a los cuarenta? Y ¿qué hago yo entre veinteañeros fatalistas cuando escribo cuentos de esperanza, amor, retos, futuros en construcción?